lunes, 29 de septiembre de 2008

¿¡Salvando perros!?

Hace como tres semanas, aprovechando el clima fresco, Rita y yo veníamos caminando de vuelta a mi casa del ballet. Como siempre, estábamos metidas en la plática cuando de repente, nos salió un perro grande y peludo de una esquina. Después del susto, el perro nos empezó a seguir, mansito sin un ladrido, vino tras nosotras por dos o tres cuadras. Ya para entonces nos habíamos dado cuenta que no hacía nada y que probablemente se había salido de una casa, aunque no traía collar ni plaquita para identificarlo. Pasamos a algunos vecinos que tampoco tenían idea alguna de su origen, así que seguimos caminando junto al perro.

Cuando casi lo atropellan al cruzar la calle, me dio lástima. Por un segundo medí las consecuencias de llevarlo a mi casa y el posible disgusto con el que lo recibiría mi madre, pero decidí que prefería eso a pasar al día siguiente y ver al pobre perro muerto en la calle. Rita, que también tiene su propia historia de salvación de perros, apoyó la moción y juntas nos dispusimos a llevarlo a mi casa. Como leyendo nuestras mentes, el perro se empezó a desviar, prefirió irse a olfatear y a ladrarle a todos los perros de cada calle, que eran muchos, por lo que descubrimos, que continuar el camino con nosotras.

Así que hablándole, corriendo y hasta usando el gloss de Rita como carnada, pudimos acercarlo poco a poco a mi casa. Ya afuera el perro se negó rotundamente a entrar, y acordándome de una experiencia parecida que viví con Sara y su perro Benji, corrí adentro por un pedazo de salchicha. El pobre animal, probablemente hambriento entró. Y en lo que estaba abriéndole la puerta trasera que da al jardín… llegó mi mamá.

Tal como lo había previsto me preguntó con cara de horror, “¿qué hace ese animal aquí?”. Ya le expliqué la situación y a regañadientes me dijo que lo quería fuera rápido. En su defensa, debo aclarar que en mi familia probablemente corre un gen rescata-perros. Mi papá tiene una larga historia de traer perros perdidos, regalados o abandonados a la casa. La mitad terminaban en el rancho pero varios se quedaron en la casa, los nombres de Chispa, Rompope, Junior, Fili y Solovino, traen recuerdos memorables a mi familia. Aparte de esto, mi casa ha servido de hotel canino otras tantas veces para los perros de mis tíos: han pasado por el patio trasero Jerry el presumido, la Romaria mexicana y el cliente frecuente, Roy. Supongo que al momento de ver al chucho, todas estas historias vinieron de golpe a la mente de mi mamá. Le prometí que pronto se iría, que iba a poner anuncios y checar el periódico y hacer todo lo necesario para devolver el perro a su hogar.

Lamentablemente, no pude cumplir mi promesa al pie de la letra porque como toda esa semana llovió, me pareció un desperdicio pegar anuncios para que se mojaran y cayeran. Pasó el fin de semana, y ni un anuncio por el perro, que según yo identifiqué como Chow Chow, apreció en el periódico. Mi mamá mientras tanto no cesaba de dar a conocer sus deseos de despedirse definitivamente del perro y me pasaba ideas: “vende al perro, como tu hermano vendió al cachorrito que se encontró” (sí, mi hermano también posee el mismo gen familiar, jaja), “vi en el periódico una escuela para perros que busca animales adultos, habla”, “un amigo de tu abuelo tiene un albergue, comunícate con él”. Yo le decía que lo haría en cuanto pegara anuncios y no obtuviera respuesta positiva.

Cuando finalmente pegué los anuncios, para mi desgracia, no obtuve lo esperado, ni una triste llamada recibí. Me esperé una semana antes de comenzar con los planes de contingencia sugeridos por mi madre. Hablé a la escuela de perros, “sólo compramos perros Golden Retrievers, Labradores, Dálmatas, etc., Chow Chows no”, fue la respuesta que recibí. Una opción menos, bueno, a la siguiente, el albergue del amigo de mi abuelo, “no recibimos, sólo hacemos muestras para que los den en adopción, tráelo el sábado a las 3:00 pm a esta dirección”. Cero y van dos, bueno, fueron realmente tres callejones sin salida, considerando que a diferencia de mi hermano, no conseguí a nadie interesado en comprar el perro.

Para entonces, el perro había demostrado que además de juguetón era también destructor y comencé a compartir la opinión de mi mamá de que tenía que irse lo más pronto posible. Siguiendo el consejo de mi papá, experto en el tema de reubicación canina, me metí a una página de Internet de otro albergue, apunté el teléfono y hablé. Me contestó Marylin, que muy amablemente escuchó mi caso de rescate y procedió a explicarme que aunque normalmente hubiera recibido a mi perro, lamentablemente no podría hacerlo porque Municipio estaba a punto de clausurale el albergue y dejar sin hogar a alrededor de 50 animales entre perros y gatos que tenía en su propia casa (!!!) Me pude imaginar su dilema de encontrarle hogar a tanto animal, si yo no podía hacerlo con uno solo, así que escuché pacientemente sus recomendaciones de llevar a esterilizar al perro para que bajara su nivel de destrucción y mi mamá lo aceptara. Otra vez sin ninguna opción, hasta que se me ocurrió preguntarle a la señora que nos ayuda, si no conocía a alguien que lo quisiera. Esa misma tarde me encontró cliente y mi mamá feliz, me habló a darme la noticia. El perro se iría a un nuevo hogar en una granja.

Hoy finalmente vinieron por él. Saldo final de su paso por mi casa: $150 de croquetas, una maceta quebrada, una manguera mordida, el mosquitero de la puerta de la cocina hecho pedazos… pero salvar a un pobre animal: ¡no tiene precio! Jajaja.

martes, 16 de septiembre de 2008

A la espera de lo inesperado

Después de un tiempo fuera del blog, regreso ahora. He tenido la intención de escribir y de contar tantas cosas que me han pasado por la cabeza, pero hasta ahorita he clarificado mis ideas lo suficiente para plasmarlas aquí.

Ya estoy de vuelta en Chihuahua. Regresar ha sido… raro, por una parte siento que nada ha cambiado, todo sigue igual, bueno, casi. He vuelto a la seguridad de mi familia y mi casa, en serio ya extrañaba. Regresé a las aventuras locas con mis amigas, a mis pláticas filosóficas con las del RC, a la carrilla del Tec, a mi trabajo y al ballet… Pero a la vez como que he cambiado mucho, me he dado cuenta de lo mucho que pasó, aunque ahorita me parezca un sueño pensar en ello. Supongo que es porque mis vivencias europeas no tienen nada que ver con mi vida actual.

Por eso he pensado últimamente con qué me quedo de Toulouse, Suiza y Europa en general. Me quedo con la gente que conocí. Realmente no pude haber pedido a mejores amigos con quién compartir mi tiempo allá… desde mis fieles compañeras chihuahuitas, hasta mis compañeros de viaje Diana, Sodi y Piña, pasando por todos los mexas PETAL, los Erasmus, mis amigos de St. Pierre y las amigas de Le Châtelard. Me quedo también con la experiencia de independencia, con haber descubierto lo que implica cuidarme realmente y saber que dependo de mi misma. Me quedo con Toulouse y la vie française, con todo lo que implica, entre otras cosas: mojarse en la lluvia, andar en bici, ver protestas de todo tipo, estudiar como loca por dos semanas y ver preciosos atardeceres desde mi ventana. Me quedo con la experiencia de viajar, de conocer tantos lugares increíbles, y de haber podido experimentar tantas cosas tan diferentes en mi “probadita europea”. Espero poder volver pronto.

Creo que todo lo anterior me hizo crecer mucho como persona en todos los sentidos y agradezco a Dios por tantos regalos. Además al regresar a Chihuahua me ayudó a darme cuenta que aunque todo parece igual, realmente NADA está escrito. Todo puede pasar en lo laboral y en lo personal, no se que cambios vengan en diciembre, tal vez una oportunidad de quedarme aquí en mi trabajo, o tal vez alguna oferta en alguna otra parte de México, o a lo mejor la decisión de retomar una invitación en Suiza. Sea lo que sea, seguiré disfrutando el presente sabiendo que el hubiera no existe y que parte de lo increíble de la vida son los momentos inesperados que están por venir.
A bientôt!!!